Siempre he imaginado cómo sería poder parar el tiempo en los momentos que deseamos. Para que fuesen ya no eternos sino un poquito más duraderos (yo me conformaría con ese poquito más).
Momentos álgidos de concentración, de máxima adrenalina o infinita tranquilidad, momentos tan preciosos como determinadas sonrisas que, sin quererlo, sabes que más tarde se apagarán. Los que de alguna manera nos sirven de refugio cuando toca vivir otras situaciones no tan deseables. Ese tipo de momentos cuya duración está fuera del alcance de nuestras manos.
Pero es siempre inmediatamente después de imaginarlo cuando comprendo la genialidad de estos lugares, de estos breves pero intensos trocitos de paz que nos alejan cuidadosamente de la realidad siempre que los quieras evocar. Comprendo que es precisamente su duración lo que nos hace vivirlos de tan intensa manera. Simplemente es una característica más que les da forma y que obviamente sin ella nada sería como es.
A veces me gusta pensar cómo muchas de las cosas que nos vienen dadas a priori son beneficiosas por naturaleza y no fatalidad, como ultimamente se suele encaminar casi todo lo de mi alrededor.
Y lo mejor, aunque no sea infinito la duración de esos instantes si que lo son el número de ellos. Nos dedicaremos a numerarlos y evocarlos- Con la cabeza anidada y bien protegida.
ResponderEliminar